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Lo que el pueblo entiende y lo que el pueblo practica en las cofradía de pasión: siglos XV-XVII (II)

Pablo Iglesias Aunión


1.- Lo popular: ¿otro tipo de religiosidad?


Son las llamadas cofradías de pasión, penitencia o sangre, las que ofrecen al historiador e igualmente al antropólogo y al sociólogo un conjunto de elementos tan relevantes que indudablemente nos llaman poderosamente la atención para su estudio.

Hoy en día son las que ocupan el centro de la Semana Santa siendo las llamadas cofradías penitenciales de pasión[1], donde al hermano cofrade se le pide un acto de esfuerzo y sacrificio al cual él mismo ya ha optado como voluntario y anónimo desde el momento en que decide pertenecer a una de estas hermandades. Expresiones que hoy en día sigue centrando la atención a los historiadores.


Al adjetivar estas expresiones cofrades (como al resto de las hermandades, aunque no sean de “pasión”) como religión popular, parece que estamos haciendo referencia a otro tipo de religiosidad la cual da la apariencia que se separa de lo que es tipificada como oficial. Pero realmente ambas se entremezclan, son capaces de coexistir a la vez que podemos tanto diferenciarlas unas de otras en la misma proporción que nos pueden resultar complejo precisarlas.


Durante los siglosde la Edad Moderna (recordemos XVI, XVII y XVIII), estas cofradías llegaron a mostrarse como un auténtico “tesoro de estudio crítico de la fe”. No olvidemos que, por ejemplo, el propio Benedicto XVI comentaba al comienzo de su libro Jesús de Nazaret, que «el método histórico–crítico sigue siendo indispensable», puesto que, para la fe cristiana, resulta «fundamental referirse a hechos históricos reales»[2]. Precisamente ese realismo sobre la que fue la pasión y muerte de Jesús, en estas cofradías se escenifica hasta límites sumamente complejos que llegaron a ser prohibidos en el siglo XVIII por orden real[3] y que nunca fueron obviamente bien visto por la Iglesia (pero todo esto sería objeto de otro interesante estudio): “Por la villa, si por hambre o pestilencia, o por cualquier otra turbación nos disciplinásemos, ordenamos se haga sobre ello nuestro ayuntamiento, donde se acordará conjuntamente si nos disciplinamos o no”[4].


Coexistiendo pues religiosidad popular y religión oficial, ambas formas deben de explicarse conjuntamente como muy bien no explica José Luis García García (léase su estudio titulado “El contexto de la religiosidad popular”, 2003). Porque al entender y estudiar ambas formas somos capaces de asimilar el fenómeno religioso y podemos comprender cómo y hasta dónde la religiosidad popular se acerca o distancia de la llamada religión oficial.



P.2.- EL ACTO PÚBLICA DE DISCIPLINA EN NUESTRA COMARCA

“Que cada hermano tenga una camisa como alba hasta los pies, que tenga su capilla, para que vayan cubiertos y que no se les conozcan, abierta atrás, para la disciplina del Jueves de la Cena [Jueves Santo], con su disciplina. Y que los cofrades de la dicha, vayan de cuerpo y los pies descalzos, alumbrando a los disciplinantes. Y las mujeres cofradas vayan con su vela a libra de cera”[5].


Son las llamadas cofradías de pasión, penitencia o sangre, las que ofrece al historiador e igualmente al antropólogo y al sociólogo un conjunto de elementos tan relevantes que indudablemente llaman poderosamente la atención para su estudio. Nuestros pueblos están llenos de cofradías de pasión especialmente las advocadas bajo la devoción de la Vera-Cruzno faltando localidades de idénticas prácticas disciplinarias en los llamados Cristo amarrados, flagelados, crucificado y yacentes. Por eso en muchas se expresa: “…se instituyó en memoria de la pasión y muerte de Cristo…en memoria de la soledad de María Santísima …para recordar el acto del santo sepulcro de Cristo…”[6].


El hombre sencillo, el hombre del pueblo es aquí el gran protagonista. Es un hombre que no entiende de liturgias ni de grandes corrientes literarias en torno al misticismo, pero si tiene una idea religiosa que le lleva a una plena reconciliación con su fe admitiéndose un hombre pecador que limpiará esa “mancha” por medio de la pública penitencia (importante

entender la idea de pecado en la Edad Media y en la Edad Moderna, especialmente tras el Concilio de Trento celebrado entre los años 1545-1563). Pero igualmente no anda lejos de una oficialidad desde el momento en que sus actos están regulados por la cofradía: “..han de estar confesados y para que mejor se pueda saber los que están confesados, ordenamos y establecemos que el mayordomo y diputados vean que el cura les enseñe el padrón o matrícula de los confesados sopena de cuatro libras de cera”[7].


La Comarca montijana tiene documentada en la práctica totalidad de sus pueblos, cofradías bajo la advocación de la Vera-Cruz: en Carmonita para inicios del siglo XVII; Torremayor para las mismas fechas; La Garrovilla igualmente; La Nava de Santiago, Puebla de la Calzada de idéntica cronología t en Montijo como veremos ahora.




Hermandades por excelencia que llevaban a las calles la práctica de la pública disciplina por lo que sus hermanos eran los encargados de realizar la llamada “procesión de sangre”, recordando así la Pasión de Cristo. Generalmente se realizaba la madrugada del Jueves al Viernes Santo y como ya hemos indicado los disciplinantes, con la espalda al aire y la cara cubierta, se autocastigaban flagelándose. Una vez finalizado el acto público, los disciplinantes lavaban sus heridas generalmente con vino caliente: “Dio en descargo ocho reales en tres arrobas de vino para el lavatorio de los hermanos”[8].


El origen de estas cofradías está íntimamente ligado al mundo franciscano y nuestros pueblos comarcales tuvieron una gran presencia de esta orden: Santiago en Lobón (rama de los observantes), San Isidro de Loriana (franciscanos descalzos reformados), así como beateríos y congregaciones vinculadas a dicha regla como ocurría por ejemplo en Montijo donde ya hay constancia de ambas instituciones (beaterío franciscano y cofradía de la Vera Cruz), para el último cuarto del siglo XVI, por no olvidar los posteriores conventuales de clarisas y hospicio franciscano ya en el siglo XVIII.


El objetivo sin duda de estos dos pequeños estudios en fechas tan señaladas como las que vivimos en estos momentos, la Semana Santa o Semana de Pasión para los cristianos, es la búsqueda de ese criterio crítico mencionado anteriormente que permite analizar los condicionantes sociales que han mantenido estas prácticas -adecuadas obviamente a la realidad y racionalidad del momento- y que con el paso del tiempo han hecho que ambas formas de religiosidad se aúnen y se presenten las Cofradías como una clara muestra del fervor popular de una religión totalmente oficial como es la Católica.

Porque las convicciones de las gentes ante las doctrinas y prácticas oficiales siguen queriendo superar el mero fervor sin sentido de coherencia vivida en el seno de la Iglesia. Es la única manera y forma de que esta religiosidad popular vista ahora con mirada al pasado, supere la creencia mal entendida, el error y la superstición y que ambas formas de práctica coexistan en la actualidad con una buena parte de elementos formales.

Que el camino aún es largo y hay muchos obstáculos que superar, ciertamente. Tengamos en cuenta que nos movemos en muchas dimensiones, especialmente un corpus de creencias y un conjunto de prácticas populares, nada fácil, pero en un muy buena línea de progreso.

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