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Foto del escritorPablo Iglesias Aunión

Jerónimo Gómez Álvarez. Fusilado en la plaza de toros de Badajoz

“Me conformo con mi suerte y muero perdonando a todo el mundo incluso…”


Fragmento de una de las cartas de Jerónimo a su mujer

Estaba terminando a inicios de la primavera del año 2002 el libro titulado Historia de la Comarca de Lácara. De la crisis del Antiguo Régimen a la Edad Contemporánea (1761-1070), patrocinado por ADECÓM-LÁCARA y la Diputación Provincial de Badajoz. Se acercó silenciosa y serena a mí y me entregó una pequeña caja indicándome que la abriera y que leyera detenidamente lo que había dentro de ella.

En un principio observé una serie de papeles muy bien doblados y cuidadosamente guardados. Yo no entendía nada pero mi curiosidad me empujó rápidamente a leer lo que en realidad eran una serie de cartas. Conforme mis ojos descifraban aquellos renglones escritos torcidos, comprendía que estaban redactados por la mano de un hombre que presentía que el final de su vida estaba a punto de llegar y empecé igualmente a comprender, que esos mismos renglones torcidos nacían del corazón noble de un hombre que le había llevado a vivir y a crear una buena familia, como tantas que había en nuestros pueblos extremeños. Era octubre de 1936.

“Badajoz, a 14 de octubre de 1936. Mi querida esposa. Estoy bien hasta la fecha…” Trabaja Jerónimo Gómez Álvarez en el pueblo de Esperança en Portugal. Era concejal en el ayuntamiento de Montijo. Padre en esos momentos de cinco hijos y su esposa esperando un sexto. Junto a él se encontraban otros familiares suyos también fuera de Montijo como su hermano, pero éste en la ciudad de Elbas. En una primera carta, de un total de cuatro que envía a su esposa (9 y 27 de septiembre, 8 y 14 de octubre), insta a esta, a que venda lo que tiene “…incluso la cochina…” pues con lo que el gana, no da para salir adelante a una familia tan grande, la anima y le expresa no temer nada, “pues nada he hecho y tengo mi conciencia tranquila…”, todo ello desde la Prisión Provincial de Badajoz (carta fechada el 8 de octubre de 1936).


Membrete de una de las cartas desde Portugal

Pero es la segunda de la cartas, la que te traslada a aquel momento triste de nuestra historia. En la que uno imagina a la esposa de Jerónimo recibiendo la carta y tras leerla, apretarla fuertemente contra su pecho con tanta fuerza que uno es capaz de sentir el deseo de aquella mujer por meter sus líneas dentro de su corazón donde pudieran anidar las palabras de amor, de concordia, de fe, de perdón y de cariño que de ellas se desprenden. Allí, tan adentro de su ser que estaría junto a su hijo aún no nacido para siempre: “Si no pudiera salir adelante, educa bien a nuestros hijos y se buena madre para ellos. De que vuelvas a ser madre otra vez, colma de besos a nuestro hijo y dile que tuvo un padre muy bueno y no pudo verlo nacer, ni darle un beso…”

Uno es capaz de sentir a esa mujer tomándole el pulso a una vida que le arrebata lo que más quería. Una mujer que sin embargo, se ve animada en la distancia, por el aliento final de su marido condenado a morir: ¡tiene que seguir adelante! Un aliento que le refresca su rostro y que decide con valentía tatuarse esas líneas escribiéndolas en su piel para la eternidad a través de sus hijos: “Espero que Dios te de fuerzas y que estas no te abandonen pues yo, me voy con esa satisfacción. Me conformo con mi suerte y muero perdonando a todo el mundo. No pases necesidad y vende la casa y todo lo que necesites, todo lo que te haga falta para sacar a las niñas adelante…”


Jerónimo Gómez Álvarez

Sus palabras empujan a la lucha, pero a una lucha sin armas, una lucha desde el amor a la vida y desde una tremenda y profunda fe. Un mundo de contradicciones y sin sentidos en el que la guerra y el odio son vencidos con palabras como las de Jerónimo que ya sabe, cuando está redactando estas cartas, que va a morir fusilado en la plaza de toros de Badajoz: “Ruégale a Dios y a la Virgen Santísima de Barbaño por mi. Ofrécete, yo también me tengo ofrecido puesto tengo en ella mucha fe…”

Jamás supo aquella mujer de su esposo Jerónimo. Jamás volvió a encontrarse con él. Jamás, un jamás que suena a eternidad y a sueño del que queremos despertar en este país que arrastra a escondidas bajo tierra a tantos de los nuestros que se dejaron en el camino de la vida sueños, ilusiones y esperanzas de todo lo cual nacería posteriormente futuro, esperanza, camino y libertad. Y aún así y todo Jerónimo supo perfectamente como despedirse: “Muchos besos a todos, no distingo a nadie y tú, recibe el cariño de tu esposo. Firmado: Jerónimo Gómez Álvarez.”

A continuación, reproducimos la carta tal y cual la conserva la familia. Los borrones que se observan son fruto de la censura de los militares (parece ser que en ellos aparecían nombres de las personas a las que pide ayuda y para quienes trabajaba cuando estaba en Montijo). Aquella mujer, logró sacar adelante a todos sus hijos, un total de seis y al poco de ser fusilado Jerónimo, su esposa dio a luz una niña que moriría meses después.

Es uno de los muchos ejemplos que nos encontramos en aquella Extremadura y en aquel Montijo de la guerra y de una postguerra, en la que mujeres como la esposa de Jerónimo, lograron sacar adelante a sus familias. Hoy, aún viven dos de sus hijas y recientemente han fallecido (en este 2020), otros dos. A ellos, desde la memoria de Jerónimo, desde la fuerza y entereza de su esposa y desde la unidad de toda su familia (sin la que no se podría entender salir de esta situación), estas breves líneas que deben hacernos tomar conciencia de lo que jamás puede volver a ocurrir, pero tampoco dejarlo en el olvido.

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