Saulo de Tarso. Hombre nacido en una acomodada familia judía de Tarso era hijo de un ciudadano romano. Enviado a Jerusalén para formarse en la escuela rabínica que dirigía Gamaliel. En aquella época no se trataba solamente de aprender estudiando, sino que además había que aprender un oficio y Saulo eligió el de hacer tiendas quizá movido por la tradición de provenir de una familia muy vinculada a este mundo y al del comercio de telas.
Educado en la más pura ortodoxia, influido por el pensamiento helénico (griego), reunía en su persona tradición y cultura nada menos que judía, griega y romana. Todo un portento y toda una promesa: para ascender, para llegar a ser, para poder posiblemente en un futuro “mandar” (lo que tanto nos gusta hoy, presunción y poderío): joven, engreído y fanático anticristiano en el que veía -en esta nueva enseñanza del Nazareno- un peligro tan grande que, aunque no participó directamente, presenció la muerte del joven Esteban, primer mártir.
Qué diferente es Saulo de esos primeros discípulos y luego apóstoles de Jesús y, sin embargo, en manos de Dios se convirtió en uno de los grandes instrumentos para anunciar en nombre de Cristo el Evangelio a todas las naciones.
Su conversión
Saulo se convirtió en Pablo en los años 30 del siglo I, no muy posterior a la muerte de Jesús de Nazaret (Hechos de los Apóstoles 9, 1-19). Su viaje a Damasco tras pedir al Sumo Sacerdote cartas de presentación para poder llevar el mayor número de cristianos cautivos a Jerusalén (“tanto hombres como mujeres”), le deparaba una sorpresa que le cambiaría toda la vida: de perseguidor de Cristo a dar la vida por él.
El Papa Benedicto XVI llegó a comentar al respecto de la conversión de Pablo: “…no fue una simple conversión…sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Una existencia murió y otra, una nueva nació con Cristo Resucitado.”
Y en las palabras de San Juan Pablo II (léase Fiesta de la conversión de San Pablo, 25 de enero de 1983), también encontramos mucho del significado de esta conversión que celebramos en la Iglesia cada 25 de enero. El destino ahora de Pablo es la conversión de los gentiles (no judíos y por tal pagano, no creyente en su religión). Pablo tiene por delante tarea dura, la que muchas veces nosotros rehuimos porque estamos más cómodos entre quienes creemos que nadan en el sentido mismo de la corriente. San Juan Pablo dice que fue llamado por Cristo, sobre todo, a obrar un cambio radical de conversión sobre sí mismo…Claro, luego vendrá su fuerza hacia los demás.
“Cambio sobre sí mismo.” Es lo que -personalmente- encuentro en la enseñanza de la lectura de la conversión de Pablo: un cambio interior, de uno mismo para entonces poder preguntarnos: “¿Qué debo hacer Señor? Posiblemente -puede que no nos demos cuenta- cada que uno tiene "su Ananías" de manera que proféticamente nos enseñan y nos dan a conocer el plan de Dios.
Emilio Sánchez Saavedra (1943-2015)
Yo he recordado ahora nueve años después que encontré mi particular Ananías en aquel sacerdote impetuoso, recio, sereno y totalmente convencido de su tarea Pastoral sobre la que no dudaba y que con una fuerza tan grande, implicaba también a quienes nos atraía hacia la tarea parroquial y no nos hacía dudar en lo que hacíamos. Y, es que no hay nada más bonito en la Iglesia que saber a dónde vas, con quién vas y sobre todo de quién te debes fiar.
Hace ahora nueve años, un 26 de enero del año 2015, recibía el duro golpe de la noticia del fallecimiento de quien había sido muchos años, mi párroco y muy especialmente mi amigo, Emilio Sánchez Saavedra. Días antes había hablado de quedar en casa para charlar de nuestras cosas, de sus cosas, de las cosas de la Iglesia que tanto nos gustaba hablar y especialmente a mí, escuchar. Siempre he pensado que aquella conversación se nos quedó pendiente. Pero ahora me doy cuenta que no, que es un diálogo que lleva nueve años sonando en mi corazón y que quizá, me ha conducido a muchos de los lugares y quehaceres de los que fue un enamorado en vida: la Virgen de Barbaño, la enseñanza y la catequesis, el amor a la vida eclesial-parroquial.
Ese diálogo sigue resonando en mi interior con aquellas mismas palabras que pronunció Saulo antes de la conversión: “¿Quién eres Señor?” En parte él me enseñó el camino para encontrar la respuesta. No te olvido querido amigo, intercede por nosotros. Un beso al cielo, grande.
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